Estas imágenes nacen desde la curiosidad, el juego y el error.

Trabajo con una cámara lomográfica La Sardina, un regalo de mi hermano, y con rollos caducados que ya no prometen fidelidad sino sorpresa. Me interesan los accidentes: las fugas de luz, los colores que se desplazan, las dobles exposiciones que confunden tiempos y capas. Dejo que la imagen falle, que se desborde, que diga algo que yo no había planeado.

Estas fotografías no buscan documentar el mundo tal como es, sino como se siente. Son fragmentos de percepción, estados internos proyectados hacia afuera: paisajes íntimos. Espacios donde la memoria, el cuerpo y la emoción se filtran en la imagen.

Fotografiar así es una forma de escucha.
Una manera de habitar lo impredecible y permitir que lo invisible deje rastro.